Salmo para hoy Martes
Salmo para hoy Martes

 

Pueblo mío, atiende a mi enseñanza; presta oído a las palabras de mi boca.

Mis labios pronunciarán parábolas y evocarán misterios de antaño,

cosas que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado.

No las esconderemos de sus descendientes; hablaremos a la generación venidera del poder del Señor , de sus proezas, y de las maravillas que ha realizado.

Él promulgó un decreto para Jacob, dictó una ley para Israel; ordenó a nuestros antepasados enseñarlos a sus descendientes,

para que los conocieran las generaciones venideras y los hijos que habrían de nacer, que a su vez los enseñarían a sus hijos.

Así ellos pondrían su confianza en Dios y no se olvidarían de sus proezas, sino que cumplirían sus mandamientos.

Así no serían como sus antepasados: generación obstinada y rebelde, gente de corazón fluctuante, cuyo espíritu no se mantuvo fiel a Dios.

La tribu de Efraín, con sus diestros arqueros, se puso en fuga el día de la batalla.

No cumplieron con el pacto de Dios, sino que se negaron a seguir sus enseñanzas.

Echaron al olvido sus proezas, las maravillas que les había mostrado,

los milagros que hizo a la vista de sus padres en la tierra de Egipto, en la región de Zoán.

Partió el mar en dos para que ellos lo cruzaran, mientras mantenía las aguas firmes como un muro.

De día los guió con una nube, y toda la noche con luz de fuego.

En el desierto partió en dos las rocas, y les dio a beber torrentes de aguas;

hizo que brotaran arroyos de la peña y que las aguas fluyeran como ríos.

Pero ellos volvieron a pecar contra él; en el desierto se rebelaron contra el Altísimo.

Con toda intención pusieron a Dios a prueba, y le exigieron comida a su antojo.

Murmuraron contra Dios, y aun dijeron: «¿Podrá Dios tendernos una mesa en el desierto?

Cuando golpeó la roca, el agua brotó en torrentes; pero ¿podrá también darnos de comer?, ¿podrá proveerle carne a su pueblo?»

Cuando el Señor oyó esto, se puso muy furioso; su enojo se encendió contra Jacob, su ira ardió contra Israel.

Porque no confiaron en Dios, ni creyeron que él los salvaría.

Desde lo alto dio una orden a las nubes, y se abrieron las puertas de los cielos.

Hizo que les lloviera maná, para que comieran; pan del cielo les dio a comer.

Todos ellos comieron pan de ángeles; Dios les envió comida hasta saciarlos.

Desató desde el cielo el viento solano, y con su poder levantó el viento del sur.

Cual lluvia de polvo, hizo que les lloviera carne; ¡nubes de pájaros, como la arena del mar!

Los hizo caer en medio de su campamento y en los alrededores de sus tiendas.

Comieron y se hartaron, pues Dios les cumplió su capricho.

Pero el capricho no les duró mucho: aún tenían la comida en la boca

cuando el enojo de Dios vino sobre ellos: dio muerte a sus hombres más robustos; abatió a la flor y nata de Israel.

A pesar de todo, siguieron pecando y no creyeron en sus maravillas.

Por tanto, Dios hizo que sus días se esfumaran como un suspiro, que sus años acabaran en medio del terror.

Si Dios los castigaba, entonces lo buscaban, y con ansias se volvían de nuevo a él.

Se acordaban de que Dios era su roca, de que el Dios Altísimo era su redentor.

Pero entonces lo halagaban con la boca, y le mentían con la lengua.

No fue su corazón sincero para con Dios; no fueron fieles a su pacto.

Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo, y no se dejó llevar del todo por la ira.

Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa.

¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo entristecieron en los páramos!

Una y otra vez ponían a Dios a prueba; provocaban al Santo de Israel.

Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató del opresor,

ni de sus señales milagrosas en Egipto, ni de sus portentos en la región de Zoán,

cuando convirtió en sangre los ríos egipcios y no pudieron ellos beber de sus arroyos;

cuando les envió tábanos que se los devoraban, y ranas que los destruían;

cuando entregó sus cosechas a los saltamontes, y sus sembrados a la langosta;

cuando con granizo destruyó sus viñas, y con escarcha sus higueras;

cuando entregó su ganado al granizo, y sus rebaños a las centellas;

cuando lanzó contra ellos el ardor de su ira, de su furor, indignación y hostilidad: ¡todo un ejército de ángeles destructores!

Dio rienda suelta a su enojo y no los libró de la muerte, sino que los entregó a la plaga.

Dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, a las primicias de su raza en los campamentos de Cam.

A su pueblo lo guió como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas,

infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar.

Trajo a su pueblo a esta su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó.

Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo en heredad; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel!

Pero ellos pusieron a prueba a Dios: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus estatutos.

Fueron desleales y traidores, como sus padres; ¡tan falsos como un arco defectuoso!

Lo irritaron con sus santuarios paganos; con sus ídolos despertaron sus celos.

Dios lo supo y se puso muy furioso, por lo que rechazó completamente a Israel.

Abandonó el tabernáculo de Siló, que era su santuario aquí en la tierra,

y dejó que el símbolo de su poder y gloria cayera cautivo en manos enemigas.

Tan furioso estaba contra su pueblo que dejó que los mataran a filo de espada.

A sus jóvenes los consumió el fuego, y no hubo cantos nupciales para sus doncellas;

a filo de espada cayeron sus sacerdotes, y sus viudas no pudieron hacerles duelo.

Despertó entonces el Señor, como quien despierta de un sueño, como un guerrero que, por causa del vino, lanza gritos desaforados.

Hizo retroceder a sus enemigos, y los puso en vergüenza para siempre.

Rechazó a los descendientes de José, y no escogió a la tribu de Efraín;

más bien, escogió a la tribu de Judá y al monte Sión, al cual ama.

Construyó su santuario, alto como los cielos, como la tierra, que él afirmó para siempre.

Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas,

y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia.

Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.

Salmo 78

Salmo de Ayer
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor ! ¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios, cuán agradable y justo es alabarlo!

El Señor reconstruye a Jerusalén y reúne a los exiliados de Israel;

restaura a los de corazón quebrantado y cubre con vendas sus heridas.

Él determina el número de las estrellas y a todas ellas les pone nombre.

Excelso es nuestro Señor, y grande su poder; su entendimiento es infinito;

El Señor sostiene a los pobres, pero hace morder el polvo a los impíos.

Canten al Señor con gratitud; canten salmos a nuestro Dios al son del arpa.

Él cubre de nubes el cielo, envía la lluvia sobre la tierra y hace crecer la hierba en los montes.

Él alimenta a los ganados y a las crías de los cuervos cuando graznan.

El Señor no se deleita en los bríos del caballo, ni se complace en la fuerza del hombre,

sino que se complace en los que le temen, en los que confían en su gran amor.

Alaba al Señor , Jerusalén; alaba a tu Dios, oh Sión.

Él refuerza los cerrojos de tus puertas y bendice a los que en ti habitan.

Él trae la paz a tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo.

Envía su palabra a la tierra; su palabra corre a toda prisa.

Extiende la nieve cual blanco manto, esparce la escarcha cual ceniza.

Deja caer el granizo como grava; ¿quién puede resistir sus ventiscas?

Pero envía su palabra y lo derrite; hace que el viento sople, y las aguas fluyen.

A Jacob le ha revelado su palabra; sus leyes y decretos a Israel.

Esto no lo ha hecho con ninguna otra nación; jamás han conocido ellas sus decretos. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor !

Salmo 147

Salmo de Anteayer
¡Alaba, alma mía, al Señor ! Señor mi Dios, tú eres grandioso; te has revestido de gloria y majestad.

Te cubres de luz como con un manto; extiendes los cielos como un velo.

Afirmas sobre las aguas tus altos aposentos y haces de las nubes tus carros de guerra. ¡Tú cabalgas en las alas del viento!

Haces de los vientos tus mensajeros, y de las llamas de fuego tus servidores.

Tú pusiste la tierra sobre sus cimientos, y de allí jamás se moverá;

la revestiste con el mar, y las aguas se detuvieron sobre los montes.

Pero a tu reprensión huyeron las aguas; ante el estruendo de tu voz se dieron a la fuga.

Ascendieron a los montes, descendieron a los valles, al lugar que tú les asignaste.

Pusiste una frontera que ellas no pueden cruzar; ¡jamás volverán a cubrir la tierra!

Tú haces que los manantiales viertan sus aguas en las cañadas, y que fluyan entre las montañas.

De ellas beben todas las bestias del campo; allí los asnos monteses calman su sed.

Las aves del cielo anidan junto a las aguas y cantan entre el follaje.

Desde tus altos aposentos riegas las montañas; la tierra se sacia con el fruto de tu trabajo.

Haces que crezca la hierba para el ganado, y las plantas que la gente cultiva para sacar de la tierra su alimento:

el vino que alegra el corazón, el aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida.

Los árboles del Señor están bien regados, los cedros del Líbano que él plantó.

Allí las aves hacen sus nidos; en los cipreses tienen su hogar las cigüeñas.

En las altas montañas están las cabras monteses, y en los escarpados peñascos tienen su madriguera los tejones.

Tú hiciste la luna, que marca las estaciones, y el sol, que sabe cuándo ocultarse.

Tú traes la oscuridad, y cae la noche, y en sus sombras se arrastran los animales del bosque.

Los leones rugen, reclamando su presa, exigiendo que Dios les dé su alimento.

Pero al salir el sol se escabullen, y vuelven a echarse en sus guaridas.

Sale entonces la gente a cumplir sus tareas, a hacer su trabajo hasta el anochecer.

¡Oh Señor , cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas!

Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer.

Allí navegan los barcos y se mece Leviatán, que tú creaste para jugar con él.

Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento.

Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes.

Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo.

Pero, si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra.

Que la gloria del Señor perdure eternamente; que el Señor se regocije en sus obras.

Él mira la tierra y la hace temblar; toca los montes y los hace echar humo.

Cantaré al Señor toda mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras tenga aliento.

Quiera él agradarse de mi meditación; yo, por mi parte, me alegro en el Señor.

Que desaparezcan de la tierra los pecadores; ¡que no existan más los malvados! ¡Alaba, alma mía, al Señor ! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor !

Salmo 104

 

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