Salmo para hoy Jueves

Salmo para hoy Jueves
Salmo para hoy Jueves

 

No me reprendas, Señor , en tu ira; no me castigues en tu furor.

Tenme compasión, Señor , porque desfallezco; sáname, Señor , que un frío de muerte recorre mis huesos.

Angustiada está mi alma; ¿hasta cuándo, Señor , hasta cuándo?

Vuélvete, Señor , y sálvame la vida; por tu gran amor, ¡ponme a salvo!

En la muerte nadie te recuerda; en el sepulcro, ¿quién te alabará?

Cansado estoy de sollozar; toda la noche inundo de lágrimas mi cama, ¡mi lecho empapo con mi llanto!

Desfallecen mis ojos por causa del dolor; desfallecen por culpa de mis enemigos.

¡Apártense de mí, todos los malhechores, que el Señor ha escuchado mi llanto!

El Señor ha escuchado mis ruegos; el Señor ha tomado en cuenta mi oración.

Todos mis enemigos quedarán avergonzados y confundidos; ¡su repentina vergüenza los hará retroceder!

Salmo 6

 

Salmo de Ayer

 

Me dije a mí mismo: «Mientras esté ante gente malvada vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca».

Así que guardé silencio, me mantuve callado. ¡Ni aun lo bueno salía de mi boca! Pero mi angustia iba en aumento;

¡el corazón me ardía en el pecho! Al meditar en esto, el fuego se inflamó y tuve que decir:

«Hazme saber, Señor , el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy.

Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal! Selah

Es un suspiro que se pierde entre las sombras. Ilusorias son las riquezas que amontona, pues no sabe quién se quedará con ellas.

»Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? ¡Mi esperanza he puesto en ti!

Líbrame de todas mis transgresiones. Que los necios no se burlen de mí.

»He guardado silencio; no he abierto la boca, pues tú eres quien actúa.

Ya no me castigues, que los golpes de tu mano me aniquilan.

Tú reprendes a los mortales, los castigas por su iniquidad; como polilla, acabas con sus placeres. ¡Un soplo nada más es el mortal! Selah

» Señor , escucha mi oración, atiende a mi clamor; no cierres tus oídos a mi llanto. Ante ti soy un extraño, un peregrino, como todos mis antepasados.

No me mires con enojo, y volveré a alegrarme antes que me muera y deje de existir».

Salmo 39

Salmo de Anteayer

 

Pueblo mío, atiende a mi enseñanza; presta oído a las palabras de mi boca.

Mis labios pronunciarán parábolas y evocarán misterios de antaño,

cosas que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado.

No las esconderemos de sus descendientes; hablaremos a la generación venidera del poder del Señor , de sus proezas, y de las maravillas que ha realizado.

Él promulgó un decreto para Jacob, dictó una ley para Israel; ordenó a nuestros antepasados enseñarlos a sus descendientes,

para que los conocieran las generaciones venideras y los hijos que habrían de nacer, que a su vez los enseñarían a sus hijos.

Así ellos pondrían su confianza en Dios y no se olvidarían de sus proezas, sino que cumplirían sus mandamientos.

Así no serían como sus antepasados: generación obstinada y rebelde, gente de corazón fluctuante, cuyo espíritu no se mantuvo fiel a Dios.

La tribu de Efraín, con sus diestros arqueros, se puso en fuga el día de la batalla.

No cumplieron con el pacto de Dios, sino que se negaron a seguir sus enseñanzas.

Echaron al olvido sus proezas, las maravillas que les había mostrado,

los milagros que hizo a la vista de sus padres en la tierra de Egipto, en la región de Zoán.

Partió el mar en dos para que ellos lo cruzaran, mientras mantenía las aguas firmes como un muro.

De día los guió con una nube, y toda la noche con luz de fuego.

En el desierto partió en dos las rocas, y les dio a beber torrentes de aguas;

hizo que brotaran arroyos de la peña y que las aguas fluyeran como ríos.

Pero ellos volvieron a pecar contra él; en el desierto se rebelaron contra el Altísimo.

Con toda intención pusieron a Dios a prueba, y le exigieron comida a su antojo.

Murmuraron contra Dios, y aun dijeron: «¿Podrá Dios tendernos una mesa en el desierto?

Cuando golpeó la roca, el agua brotó en torrentes; pero ¿podrá también darnos de comer?, ¿podrá proveerle carne a su pueblo?»

Cuando el Señor oyó esto, se puso muy furioso; su enojo se encendió contra Jacob, su ira ardió contra Israel.

Porque no confiaron en Dios, ni creyeron que él los salvaría.

Desde lo alto dio una orden a las nubes, y se abrieron las puertas de los cielos.

Hizo que les lloviera maná, para que comieran; pan del cielo les dio a comer.

Todos ellos comieron pan de ángeles; Dios les envió comida hasta saciarlos.

Desató desde el cielo el viento solano, y con su poder levantó el viento del sur.

Cual lluvia de polvo, hizo que les lloviera carne; ¡nubes de pájaros, como la arena del mar!

Los hizo caer en medio de su campamento y en los alrededores de sus tiendas.

Comieron y se hartaron, pues Dios les cumplió su capricho.

Pero el capricho no les duró mucho: aún tenían la comida en la boca

cuando el enojo de Dios vino sobre ellos: dio muerte a sus hombres más robustos; abatió a la flor y nata de Israel.

A pesar de todo, siguieron pecando y no creyeron en sus maravillas.

Por tanto, Dios hizo que sus días se esfumaran como un suspiro, que sus años acabaran en medio del terror.

Si Dios los castigaba, entonces lo buscaban, y con ansias se volvían de nuevo a él.

Se acordaban de que Dios era su roca, de que el Dios Altísimo era su redentor.

Pero entonces lo halagaban con la boca, y le mentían con la lengua.

No fue su corazón sincero para con Dios; no fueron fieles a su pacto.

Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo, y no se dejó llevar del todo por la ira.

Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa.

¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo entristecieron en los páramos!

Una y otra vez ponían a Dios a prueba; provocaban al Santo de Israel.

Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató del opresor,

ni de sus señales milagrosas en Egipto, ni de sus portentos en la región de Zoán,

cuando convirtió en sangre los ríos egipcios y no pudieron ellos beber de sus arroyos;

cuando les envió tábanos que se los devoraban, y ranas que los destruían;

cuando entregó sus cosechas a los saltamontes, y sus sembrados a la langosta;

cuando con granizo destruyó sus viñas, y con escarcha sus higueras;

cuando entregó su ganado al granizo, y sus rebaños a las centellas;

cuando lanzó contra ellos el ardor de su ira, de su furor, indignación y hostilidad: ¡todo un ejército de ángeles destructores!

Dio rienda suelta a su enojo y no los libró de la muerte, sino que los entregó a la plaga.

Dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, a las primicias de su raza en los campamentos de Cam.

A su pueblo lo guió como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas,

infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar.

Trajo a su pueblo a esta su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó.

Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo en heredad; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel!

Pero ellos pusieron a prueba a Dios: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus estatutos.

Fueron desleales y traidores, como sus padres; ¡tan falsos como un arco defectuoso!

Lo irritaron con sus santuarios paganos; con sus ídolos despertaron sus celos.

Dios lo supo y se puso muy furioso, por lo que rechazó completamente a Israel.

Abandonó el tabernáculo de Siló, que era su santuario aquí en la tierra,

y dejó que el símbolo de su poder y gloria cayera cautivo en manos enemigas.

Tan furioso estaba contra su pueblo que dejó que los mataran a filo de espada.

A sus jóvenes los consumió el fuego, y no hubo cantos nupciales para sus doncellas;

a filo de espada cayeron sus sacerdotes, y sus viudas no pudieron hacerles duelo.

Despertó entonces el Señor, como quien despierta de un sueño, como un guerrero que, por causa del vino, lanza gritos desaforados.

Hizo retroceder a sus enemigos, y los puso en vergüenza para siempre.

Rechazó a los descendientes de José, y no escogió a la tribu de Efraín;

más bien, escogió a la tribu de Judá y al monte Sión, al cual ama.

Construyó su santuario, alto como los cielos, como la tierra, que él afirmó para siempre.

Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas,

y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia.

Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.

 

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